El socialismo de conveniencia y privilegio

Existen corrientes de pensamiento que cacarean paraíso terrenal mientras esparcen decadencia. El socialismo, en su forma dogmática, se presenta como incentivo que acaricia la imaginación popular. Espejismo político, ético y moral que aprovecha promesas de justicia y equidad para engatusar ignorantes, desposeídos e indigentes, mientras su maquinaria se utiliza en ambiciones que eclipsan interés por el bienestar colectivo; resultando una variante insidiosa en su aplicación y peligrosa en sus implicaciones. 

Socialismo de conveniencia y privilegio es un fenómeno que adherentes pretenden como noble por redimir desigualdad; sin embargo, instrumento calculado para acumular poder, bajo la retórica de progreso y redistribución, que moldean a favor, despojando a los ciudadanos de libertad económica y desvalijando los derechos básicos e independencia de pensar. 

Envueltos de hidalguía y filantropía, colocan la doctrina por encima del sentido común y caen en el abismo de lo absurdo e irracional. La estupidez socialista no es un insulto, sino la descripción de intransigencia intelectual que ignora realidades económicas y humanas en favor de una afirmación inflexible. Negarse a reconocerlo es fracasar. El socialismo, cuando se aplica sin freno, castiga el esfuerzo y recompensa la apatía destruyendo alicientes que nutren la mejora. Más allá de su oratoria igualitaria, crea una clase política que maneja el poder absoluto, mientras el pueblo, reducido a números, pierde su autonomía.

No es más que una mascarada, en la que protagonistas claman solidaridad mientras viven en la opulencia, exaltan el sacrificio compartido, pero navegan ríos de privilegios. La doctrina, en manos de tales actores, se convierte en herramienta de coacción y no, en brújula moral y ética. Pero, el peligro no está en la hipocresía de sus impulsores, sino en su efecto corrosivo sobre el espíritu de la sociedad. Engendra dependencia, desalienta capacidad de idear y emprender acciones para mejorar, penando el esfuerzo individual, reemplazando el dinamismo con la resignación de un pueblo domesticado.

La grandeza de una sociedad no se mide por cuánto puede confiscar la riqueza de algunos para distribuirla a otros, sino por su habilidad de inculcar a cada ciudadano contribuir al bien común desde la libertad y responsabilidad personal. Hay que rechazar con firmeza y resolución, cualquier sistema que premie la mediocridad y castigue la excelencia. No es a través de la igualación forzada, sino la igualdad de oportunidades, que se puede construir un futuro razonable.

La majadería socialista, se niega consentir que la riqueza no es un pastel estático para ser repartido a la fuerza, sino un bien que se genera a través de la innovación, trabajo y libertad económica. Pretenden que, quitarle al pudiente, resolverán problemas de los desafortunados, sin darse cuenta, que tal política no eleva a los desfavorecidos, sino que empobrece a todos. En su afán de crear igualdad, ignoran que la desigualdad no es un mal, sino un reflejo del esfuerzo y talento. Un estadista no nivela cumbres, eleva valles, ofreciendo la oportunidad de ascender.

El estrago socialista se observa en fábricas cerradas, campos estériles y libertades aplastadas. Las políticas que sofocan la iniciativa individual terminan en desastre. La dignidad de una nación no se logra extinguiendo el brillo de los mejores, sino encendiendo el espíritu de los demás. El socialismo, en su simplismo de soluciones mágicas, es un atajo a la frustración y desengaño. Que prevalezca la razón sobre el dogma, y la experiencia triunfe sobre la utopía. Porque solo así, en la lucha constante por mejorar sin destruir, garantizamos libertad para las generaciones venideras.

Elegir entre el confort superficial y los retos arduos pero fructíferos de una sociedad libre, elijamos, sin dudar, la libertad. En ella reside no solo la esencia de la humanidad, sino la promesa de supervivencia, estabilidad y perfeccionamiento. Para quienes se inclinan hacia un socialismo de conveniencia y privilegio, adornarán proclamas con palabras de compasión, pero no podrán ocultar lo destructivo de sus acciones. Las naciones que sucumben al espejismo socialista, enfrentan inevitables el colapso de su productividad, decoro, proceder y finalmente, su libertad.

@ArmandoMartini

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